HOMENAJE PASCUAL A
LOS POBRES
ZAPATERO
Cuando las suelas
de mis zapatos se
agujerearon,
mi vecino me dijo
que por ahí cerca,
un buen remendón,
sólo a la vuelta,
me daría solución
para mi pena.
Presta salí a
buscarlo
y a cuadra y media
hallé una cortada
que atravesaba la
mitad
de una calle.
Calzada con resabios
muy coloniales,
con pedazos de
piedras,
que apisonadas,
permitían caminarla.
-¿Quién las pisó
antes?,
les preguntaba,
admirada de ver
sus bordes
desgastados
de larga data.
-Por aquí vinieron,
me respondieron,
sufridos cargadores
de las carretas.
Transpirando la
historia llegué
al letrero
que el tiempo había
borrado
casi del todo,
pero, si con
paciencia
se deletreaba,
sobre vieja madera,
aún se leía
“zapatero”, colgando
de una cadena.
Casi como robando
empujé las puertas,
apenas sostenidas
por unas cuerdas.
Adentro un hombre
oscuro
estaba sentado
tras una vieja mesa
también oscura
cubierta de zapatos
de todo tipo.
Y el hombre en su
cueva oscura,
con sus manazas,
ciertamente curtidas,
amarronadas,
tomó con ojo experto
las suelas de mis
zapatos agujereadas.
Venga mañana, dijo,
son treinta pesos.
Mientras yo ya me iba
Don Casimiro, trató
de colocarlos en un
estante.
Y cuando se paraba
pude observarle
que una pierna tenía
sólo colgada
y un bastón le
ayudaba,
por equilibrio,
a mantenerse de pie
tras su mesada.
De reojo me vio
que le miraba
y una sonrisa yerta
se atravesaba
arriba del colmillo
del lado izquierdo.
Hay gente
que sobrevive,
me fui pensando,
detrás de muchas
penas, con gran
esfuerzo
y aun pueden
sonreir
sin desazones,
aceptando la suerte
que les tocara.
Quizás él fue otro
más
de aquellos
cargadores
que gastaron su vida
con la pobreza,
para llenar bolsillos
de
ricachones.
Porque era trabajador
este Casimiro.
¡No pudo hacerse
pobre
sin una causa!