domingo, 23 de febrero de 2014

Encuentro



EL ENCUENTRO

 
                     
Por esas cosas que a veces suceden
yo estaba sola en una gran ciudad
Desconocía lugares y personas,
Y buscaba un trabajo para subsistir.  
Ese contexto simple y repetido 
fue el ámbito en que lo conocí.
                                                                               
Por favor, le había dicho quedamente,
con mis ojos implorando a los suyos:
por favor, déme un empleo,
si puede Ud.
 
Él, estaba mitad distraído, mitad divertido,
quizás porque en su vida hubo
situaciones parecidas,
y porque yo era la imagen misma   
de la necesidad.
                                                                                  
Pero de pronto, no sé cómo,
mi mirada limpia, fijada en la suya,
entrelazó el tiempo de los dos.
Y el espacio se trastocó todo,
sin que nada cambiara de lugar.
La causa fue quizás mi verdad sin envoltorios
o mi aspecto desvalido y sin sostén,
o quizás desde siempre estaba escrito
que había de suceder esto.
                                                                                  
Él estaba sentado frente a mí       
mirándose las manos
y había un solemne escritorio entre los dos;
yo, pegada a la silla de este lado              
y él altivo, distante y suficiente,
resguardado en el otro lado
por la misma austeridad de la reunión.
                                                                                  
Pero él no estaba sentado frente a mí,
estaba dentro mío, mirándome a los ojos,
mirándose en mis ojos,
oyéndome vivir en el silencio,
sintiéndome vibrar en mi vivencia,
gozando de mi esencia
desgarrado por la íntima distancia,
de un beso que ha muerto sin nacer.
Y no había un escritorio
entre los dos.
 
No señor, yo le dije.
Sí señor, volví a decir.
Y hablábamos de cosas contingentes,
como acordes discordantes
más allá del tiempo,
sobre el fondo existencial
de la intensa melodía
de nuestro ser.
Y sus ojos, no supe desde cuando,
habían adquirido ese color de miel.
 
Por esas cosas que en la vida pasan,
las palabras iban llenas de silencio.
De un silencio cargado de palabras.
De mi nombre. De su nombre.
De sus ojos que no me miraban.
De mis manos que no tocaban nada.
 
Y no sé cuándo murió la  tarde,
sin que pudiéramos enterarnos
que la lámpara ya había
que encender.
 
Y en la penumbra del despacho
quieto, seguimos hablando
mientras las cosas perdían
sus contornos, para empaparse
del palpitar de nuestra vida.
 
Yo, aun conociendo del tiempo,
que es precario,
mágicamente pensaba el instante
transformado en una eternidad.
Pero después de un coloquio
intrascendente, yo me fui.
Me fui, sin irme.
Y él se quedó detrás del escritorio,
sin quedarse,
porque estaba conmigo,
sin escritorio alguno entre los dos.
 
 


 

 

1 comentario:

  1. Josefina, que alegría!!! hoy me siento en la computadora y me encuentro con este blog suyo que es una preciosura. Luego de tantos años, encontrarme con su arte fue una felicidad inmensa! Saber de usted a través de sus acuarelas me encanto! Que felicidad encontrarme con una Josefina que nos sólo pinta cuadros sino que expone sus obras, dejando al publico lo mejor de sí. Es muy impresionante cómo logró captar la realidad es sus cuadros. Me emocioné y me alegró el alma volver a saber de usted... Mis respetos y mis mas sinceros cariños. María José Tomasetti. Saludos a Eduardo.

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