Sinfonía
(Página 12 dijo que
se han puesto en esta poesía, sobrias pinceladas y ternura)
Tomemos un café,
dijo.
Era sólo un descanso
en la labor.
Si no estás con auto,
tengo el mío.
No. Mentí. Estoy a
pie. Por compartir el suyo.
No sé. No era yo. Es
que estaba volando.
Y me asustaba esa
seriedad embigotada.
Su mirada detrás del vidrio
de botella.
¿Qué estoy haciendo? Y llegó el café.
Palabras
intrascendentes. Lugares comunes. Lo de siempre.
¿Por qué me trajiste
tan lejos a tomar un café?, pensé.
¿Otro café más?
Pero no. Era un café
distinto.
En la Cortada 70, nada menos. La creme de la
creme.
Cada uno de nosotros
estaba abigarrado a cada lado de la mesa pequeña.
De acá no sale nada.
De acá tampoco. Había
silencios largos. Irracionales.
La razón era la menos
presente.
Mientras, por un
rincón del tiempo se escapaba la noche.
Pero nuestro tiempo
se había quedado quieto.
Ahí.
Esperando un milagro.
Por fin, el cuerpo
vino en ayuda.
Por debajo de la
mesa, su rodilla rozó la mía.
¿Fue sin querer? ¿O
fue queriendo?
Ambiente penumbroso,
con gente parloteando.
¡Sí! ¡Fue queriendo!
Y no pasaron más
cosas, que todas las cosas juntas.
Veinticinco años de
vidas entramadas.
Un eco en mi
silencio. Una palabra en mi palabra.
El vibrar del violín
por detrás de las violas.
El piano que respeta
los tiempos del oboe. Y entre todos, la enorme sinfonía de la vida.
Un hombre que está
ahí. Pendiente de mis mil cosas pequeñas.
Pero uno a veces cree
que lo mató el tiempo y la ausencia.
¡No!. Lo pequeño está
ahí.
En un rincón. En un
papel o en un cajón.
Como ladrón acechando
detrás de las puertas.
Como hojas muertas
que el viento lleva acá y allá. Pero sonríen entre sí.
Y nos tejen la vida. Sin
decir lo que dicen.