lunes, 18 de abril de 2016

Zapatero


 ZAPATERO

Cuando las suelas
de mis zapatos se agujerearon,
mi vecino me dijo
que por ahí cerca,
un buen remendón, sólo a la vuelta,
me daría solución
para mi pena.

Presta salí a buscarlo
y a cuadra y media
hallé una cortada
que atravesaba la mitad
de una calle.
Calzada con resabios
muy coloniales,
con pedazos de piedras,
que apisonadas,
permitían caminarla.

-¿Quién las pisó antes?,
les preguntaba,
admirada de ver
sus bordes desgastados
de larga data.
-Por aquí vinieron,
me respondieron,
sufridos cargadores
de las carretas.

Transpirando la
historia llegué
al letrero
que el tiempo había borrado
casi del todo,
pero, si con paciencia
se deletreaba,
sobre vieja madera,
aún se leía
“zapatero”, colgando
de una cadena.

Casi como robando
empujé las puertas,
apenas sostenidas
por unas cuerdas.
Adentro un hombre oscuro
estaba sentado
tras una vieja mesa
también oscura
cubierta de zapatos
de todo tipo.
Y el hombre en su cueva oscura,
con sus manazas,
ciertamente curtidas, amarronadas,
tomó con ojo experto
las suelas de mis zapatos agujereadas.
Venga mañana, dijo,
son treinta pesos.

Mientras yo ya me iba
Don Casimiro, trató
de colocarlos en un estante.
Y cuando se paraba pude observarle
que una pierna tenía
sólo colgada
y un bastón le ayudaba,
por equilibrio,
a mantenerse de pie
tras su mesada.

De reojo me vio
que le miraba
y una sonrisa yerta
se atravesaba
arriba del colmillo
del lado izquierdo.

Hay gente
que sobrevive,
me fui pensando,
detrás de muchas
penas, con gran esfuerzo
y aún pueden
sonreir
sin desazones,
aceptando la suerte
que les tocara.

Quizás él fue otro más
de aquellos cargadores
que gastaron su vida con la pobreza,
para llenar bolsillos de
ricachones.
Porque era trabajador
este Casimiro.
¡No pudo hacerse pobre
sin una causa!

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario